La Naturaleza es generosa, nos proporciona alimentos
prácticamente sin que los humanos nos tengamos que esforzar en nada. La prueba es
el pequeño olivo de la huerta la Brujera que por sí solo: sin tala, sin laboreo,
sin riego, sin nada de nada hecho por la mano del hombre en mucho tiempo!, ha
dado una cosecha estupenda de unos 10 kilos de aceitunas manzanillas. Estamos a
final de diciembre, y están gordas, moradas y verdes. Así que por
segunda vez, este terreno que no cuida nadie desde que mi vecino José muriera,
ha dado un rico alimento: olivas.
Las aceitunas, una vez ralladas con un cuchillo, las hemos
metido en botes con agua, agua que cambiaré a diario durante unos 10 días, hasta
conseguir quitarle el exceso de amargor. Otra parte, después de rallarlas, las
he metido directamente en salmuera, en una proporción de 80g por litro de agua.
Voy a tratar de hacer las aceitunas de dos formas distintas. ¡A ver cómo me
salen!
Además, he sembrado guisantes, me parece una planta
maravillosa por lo rica y nutritiva que es, y fijadora de nitrógeno atmósférico, abono natural para el suelo... si lloviera en los próximos días
sería perfecto, pero está la cosa complicada. He utilizado un método de permacultura,
que la verdad, una vez hecho, no me ha gustado mucho, porque el aspecto a basura
que ha dejado en la parcela me ha decepcionado, me refiero al acolchado con
papel. Como el papel es materia orgánica, espero que con el paso del tiempo, y
la ayuda del estiércol que le esparcí por encima, se vaya incorporando al
suelo.
Primero he desbrozado, luego, a golpes, he sembrado un
paquete de guisantes poniendo dos o tres granos por golpe. Luego he cubierto el
hoyo con tierra, y encima le he puesto papel, además he cubierto todo con
trozos de plantas secas e hierba cortada y he esparcido un poco del estiércol
que había en la parcela.
Carmen ha seguido con su valiosa y ardua tarea de limpieza.
Dice que le gusta mucho dejar todo despejado de basura. Muchas botellas de
cristal, algunos plásticos y chatarra que ha ido metiendo en una zona hundida
donde no hay tierra para cultivar.
Además le pedí que con ayuda de un cubo fuera esparciendo
por todas partes el estiércol amontonado. Tengo que tener cuidado con Carmen,
en cuanto me descuido la veo andando por encima de lo sembrado. Ella dice que
no la vigile tanto, pero no podía dejar de hacerlo. Menos mal que aprendió
donde pisar. El problema soy yo que no digo las cosas!
Por suerte para Carmen, cuando terminé de plantar los
guisantes me puse a coger algunos cubos de estiércol y dentro del montón, al
calor de la descomposición, me encontré a un precioso ejemplar adulto de culebra de
herradura. Animal bellísimo e inofensivo, raticida natural que como no puede
ser de otra manera dejé marchar, aunque le fastidié su confortable hogar
calentito.
Carmen se alegró de que el encuentro con la serpiente fuera
conmigo. Le insistí que la tocara, que comprobara ese tacto tan peculiar que
tienen la serpientes, que disfrutara de ese tacto, y no tardó mucho en tocarla,
pero solo un poco. Con uno de esos dedos que parecen salchichas.
Los guisantes nacieron muy bonitos pero fueron devorados por los caracoles.
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